Douglas
Coupland es el periodista que con 28 años acuñó el término Generación X. Llamó X a
lo que no sabía definir bien y que, en suma, no era otra cosa que un grupo de
personas sobreviviendo en un mundo sin creencias ni gran porvenir. Muchos
jóvenes se sintieron identificados,
porque compartían un testimonio similar: empleos precarios, familias desunidas,
sexo infectado, informaciones desarticuladas, desmotivación, en general,
numerosas características que los hacían verse a sí mismo a la deriva, en el
mundo flácido de los noventa, donde la confusión y el no tener rumbo fijo era
parte de la vida cotidiana.
En
Chile, esta realidad no está tan apartada. Con el retorno a la democracia en
1990, muchos exiliados retornaron trayendo a hijos que habían nacido o crecido
en el extranjero, jóvenes con profundos conflictos de desarraigo al no tener
claro a cual cultura pertenecer. Aquellos que crecieron bajo la dictadura y
cumplieron la mayoría de edad en los noventa, tampoco gozaban de esta supuesta
alegría que vendría de la mano con la libertad de acción y opinión que la
concertación pregonaba. Solidarizaban con las causas de la justicia para
clarificar las violaciones a los derechos humanos, pero aún sentían el peso y
la opresión de 17 años de dictadura, porque en cierta manera, esta forma
oprimida de ver la realidad está unida a los recuerdos de infancia y al paso desde
la adolescencia a la adultez. Una herencia de miedo e inseguridad arraigada en
el temor a la ciudad, donde los medios han bombardeado una imagen sobre lo
peligroso que es hoy en día vivir en comunidad.
Estamos
insertos en una cultura del miedo donde los políticos sostienen que si el
pueblo reclama sus derechos podrían perder los pocos privilegios que los
privilegiados del sistema les han otorgado. Reacios al cambio, los cultores de
la cultura del miedo no encuentran mejor camino que aterrorizar a la población.
Los grandes medios de comunicación controlados por los dueños de esta ciudad oscura
y tenebrosa aseguran que la delincuencia y la inseguridad ciudadana son culpa
de las mismas personas por no saber cuidarse a sí mismas, y promocionan toda
clase de alarmas, armas, candados, cadenas, etc. Los noticieros de la comunidad,
programas de farándula y prensa rosa, dicen que el problema de la inseguridad
ciudadana es un problema de esta nueva vida por la que hemos optado.
Esperemos
que el ciudadano común de esta nueva ciudad
vaya perdiendo el miedo, se eduque, debata políticamente y crea
necesaria una revolución que entierre a la vieja ciudad, se derribe las
murallas que la circundan y por fin se abandone el miedo a vivir.